domingo, 25 de agosto de 2013

Son los otros

Muchas veces me pregunto porqué me tocó vivir este tiempo tan desajustado en mí país. He debido quedarme por allá. 

Aquí hablan los vivos de los muertos, y cualquier “loquito” presidente, dirigente, concejal, político, intenta hacernos creer que libró mil batallas sin haber ido nunca a ningún lado.
Razón tiene mi profesor de filosofía: “los partidos políticos se crearon porque los locos deben estar recogidos en algún lado”.
Hay dos bandos. Tengo para mí que los dos bandos se definen en moral y ética con sus respectivos antónimos. La golpiza es moral. Creo en toda la corrupción de la que han sido capaz los que están en el poder –llamarlos gobierno o dirigentes les brinda la altura que no tienen- como también creo en la corrupción de los llamados opositores, quienes critican a los del régimen con negocios un tanto oscuros desde mesas de restaurantes, apartamentos nuevos, clubes o vaya usted a saber. 

Tengo un amigo que habla horrible del gobierno pero trabaja para ellos poniendo bien bonita su imagen mientras muestra fotos en su Facebook de su naciente riqueza.
Estas dos últimas semanas me ha tocado ver muy de cerca estas versiones de país y no tengo claro si agradecerlo o lamentarlo. 
Me he preguntado muchas veces, porqué tenemos este presidente –nótese la p minúscula- y me he quedado sin respuesta. Sin embargo, Maduro se parece mucho al abusador motorizado venezolano que golpea el retrovisor de mi carro, al parquero y/o cajero que devuelve incompleto el vuelto, al dueño de la tienda que no te cambia la mercancía, al cliente que no paga el trabajo con cualquier excusa, al empresario que saca Cadivi pero cobra en dólar paralelo, al que pone como pretexto que no le salen bien las cosas porque “otro” tiene la culpa. Maduro se parece más a un guachafitero que a un Presidente. Según la Real Academia Española, guachafita es 1“(Ven) alboroto”, 2 “(Ven) falta de seriedad, orden o eficiencia”
El mundo anda al revés, o nosotros andamos de cabeza. 
No hay manera de dar prioridad a las noticias. Son tantas y tan malas, que terminamos por aturdirnos. Sin bastar lo malo que pasa aquí –no se pueden esconder tantas noticias y menos en estos tiempos- veo la foto de Siria, donde hay miles de personas muertas por un posible ataque químico. Se me arrugó el corazón. No hay palabras para este crimen. Una sola persona que sufra esto es suficiente para rechazarlo. Una persona, es todas las personas.
Le pregunto a un historiador porqué se instaló un tipo como Chávez en el país, y me suelta una respuesta donde siento como si me cae una montaña de nieve en medio del calor de Maracaibo y no puedo ni moverme: “porque Chávez supo como aprovecharse de los rencores de la gente y los usó de forma magistral". Congelada. De una pieza.
Que poca autoestima tenemos los venezolanos. Nos conformamos con el primero que viene a decir querernos y ahí nos quedamos pegados recibiendo migajas que es peor que nada. 

¡Que atolladero en el cual nos encontramos!
Repetimos como loros lo que todos dicen según lo que queremos creer. 
Está el que quiere creer que estos tipos son los salvadores de una patria que ya no "iba" hacia adelante y por eso se le cambió de nombre, huso horario, símbolos patrios, cara de libertadores para tener una “patria nueva”, y también estamos quienes queremos verla conectada al bienestar, la riqueza, la tecnología, la independencia, la seguridad, apegada a las leyes, con decencia, con educación.
Aquí, hay que ponerse párpados en los oídos. 
No conforme con la respuesta del historiador, me llegan las palabras de José Ignacio Cabrujas a través de la obra de teatro “El día que me quieras”, así como un escrito sobre “La viveza criolla". Destreza, mínimo esfuerzo o sentido del "humor” que me hace pensar que él es el único venezolano que puede hablar de eso, así como García Lorca fue el único que pudo hablar del “duende”.
Cabrujas comprende este país, mejor que cualquiera. Y digo comprende, porque sus palabras son tan vigentes que se hace difícil mencionarlo en pasado.
Hay que ir hacia adentro. Buscar la protección a tanto ataque. A tanta ensalada de palabras. 
Hay que asumir. Hay que asumirse. En la vida, en el oficio, en el proceder. No son los otros, somos cada uno de nosotros los que tenemos ese deber.
Maiskell