lunes, 22 de abril de 2013

Sorpresas te da la vida


@maiskell
-Entonces, eras chavista, -le pregunté sin poner un filtro a mi lengua.
-Por diez años. Hasta enero de este año. 
-¿En serio? ¿Por qué?
-Sí, creí en lo social, en la posibilidad de poder hacer lo que debo para tener una vida más justa, pero me dí cuenta que esto no iba a ninguna parte porque hay muchas mentiras…
-¿Cómo te diste cuenta?
-Un día fui a hacer un curso, en la sede del PSUV, donde creía que iba a conseguir respuestas, sin creer más en lo que se decía por la televisión o la radio, sin escuchar a los “voceros” de la revolución, porque había algo que no me cuadraba…
(No recuerdo el nombre que me dijo de las reuniones, es tan complicado como decir camarada, estrategia revolucionaria, infiltrados, doctrina, misión, proceso, patria, socialismo y… ¡ni de vaina!)
-¿Cómo se busca una voz independiente en el Psuv, donde todos dependen de una ideología? 
-Bueno coño, ¡déjame echarte el cuento!
-Ok. Ok. Pero es que independencia y Psuv no me pegan…
-Exacto, eso fue lo que viví, cuando pregunté tantos porqués, quedé igual sin respuestas o peor, porque cuanto más preguntaba, más me miraban como si tuviera peste.
¿Cuál es la realidad para ti? –me pregunta.
La realidad para mí es que Chavez se ganó la voluntad de un pueblo para que pegaran afiches por él. No le dio independencia a la gente. No sé si has viajado por el país, pero cada diez metros, hay un afiche de lo buena que es la revolución… miles de vallas, de hecho, y tengo para mí que nadie pone una valla por mi trabajo.
Un presidente es un administrador de los recursos de un estado, en consonancia con las necesidades del mismo, no un hablador de pendejadas.
¿Sabes cuánto cuesta una valla mensual? Digamos que una pequeña cuesta cuatro mil bolívares, si hacemos un cálculo por ciento cuarenta y dos vallas con propaganda del presidente, que conté a finales del año pasado entre  Caracas y Valencia, es un poco más de quinientos mil bolívares o de quinientos millones de los de antes, para decirlo sin el bolívar fuerte que se volvió débil, para que sientas la cantidad de dinero que se gasta en decir que algo es bueno sin que realmente lo sea.
-¿Quéééé?
Sí, y en ese mismo viaje, ví una urbanización que no recuerdo exacto el nombre, pero era algo así como Rosinés, o la morrocoya, o maisanta, no importa, que estaba bordeada por un gran muro rojo y una valla gigante que decía algo así como: “Gracias por dignificarnos presidente” palabras más, palabras menos… tengo para mí que lo que hizo fue excluirlos completamente, los señaló como los que nada tienen, no los sumó a la sociedad, los hizo más indignos porque los cercó con un muro rojo. Es lo mismo en cada edificio de misión vivienda, los señalan con una valla de la revolución, o de Bolívar, o de cualquier cosa que sirva de propaganda política, es como si les pusieran una flecha de cuidado, peligro, estos son los que nada tienen y nada tendrán, viven de la “caridad” del gobierno. ¿Qué es eso? ¡No los respetan! 
-¡Nunca había pensado en eso! -exclama.
-Imagino que no. Mi mamá tiene un dicho buenísimo, o dos, el primero dice: “lo que haga tu mano izquierda, que no se entere la derecha” y el otro, es que si das algo, nunca preguntes o puntualices en qué o cómo debe gastarlo o usarlo el otro, lo das y ya.
He visto que la lona de esas vallas sirven como la lona que usan los camiones de carga, o como pared en los refugios o invasiones “socialistas” ¡vaya uso!
-Pero, ¿no crees tu que los empresarios son como aprovechadores? –me dice.
-Muchos lo son pero no todos. Recuerdo una frase del gobierno de Luis Herrera que decía que este era el país de los empresarios ricos con empresas quebradas, pero la realidad de hoy, donde los empleados “socialistas” (se me revuelve el ánimo con estas descripciones) tienen sindicatos y han quebrado empresas, porque se “merecen” la justicia, eso se me hace muy cuesta arriba.
Te cuento algo, un empresario al que quiebran, y lo han hecho, siempre podrá montar su empresa otra vez, su empresa está en su mente, mientras que un sindicalista no, muy difícil que lo haga, no sabe como hacerlo.
Dicen luchar por lo justo, reclaman más dinero, quieren el mayor beneficio dando muy poco, no corren el riesgo igual que el empresario, no hay manera de que la prosperidad llegue a esas personas, siempre van a querer “luchar” contra un “opresor”. 
Me pregunto, ¿por qué no luchan por sí mismos? ¿Por qué tienen que luchar en el terreno que otro sembró? Que vayan a montar una empresa, que paguen impuestos, que paguen alquiler, que paguen sueldos y beneficios, a ver si de esa forma aprenden algo. No he conocido a nadie, que sea próspero, que trabaje horario de oficina y peleando contra quien los contrata.
-Entonces, la tesis de que el venezolano es flojo, es cierta -me dice.
-No. El Venezolano es cómodo, no flojo. Esta ciudad está despierta a las cuatro de la mañana, con la gente que se va a trabajar muy temprano. La cosa es que gasta más de lo que gana. Tienen dos familias o “frentes”, cinco hijos y le encanta un bochinche.
-Para tí, entonces, ¿la patria es independencia? -me pregunta.

Sí, fíjate. Caceroleo y marcho, pero la patria queda en mi casa. En lo que aporto a mi familia, en el buen trato, en hacer las cosas bien. La patria queda en el semáforo que no me como, en el papel que no tiro al piso, en los buenos días. Si cada uno de nosotros hace esto, hay patria para rato. 
-Los valores… -suspira.
-Sí, los valores, el respeto, la honestidad, la responsabilidad. Pareciera que hoy, hay solo derechos y no se habla de los deberes.
-¿Has sufrido por todo este desempeño político de la revolución? –me interpela.
-¿Sufrir? No. He perdido. He perdido amigos que se van. Trabajos. Proyectos. Horas de sueño. Tranquilidad. Libertad. Oportunidades de crecer, pero ¿sufrir? No. Padezco las consecuencias de este proceso que me quiere obligar a ser más dependiente, que me quita y no me da, que es más del pasado que del futuro que pensé que podía tener.
-Fui a la marcha de Capriles. -me dice.
-¿Qué sentiste? –le pregunto.
-Sentí que me hablaba un líder el día del lanzamiento de su candidatura. Sentí que alguien decía la verdad y resumía lo que yo estaba sintiendo hace rato. Es coherente. Dice cosas que tenía rato viendo mal en el oficialismo. Y se atrevió a decirlo. Creo que fue lo que más me impactó.
-A mi me gusta Capriles –le digo- como presidente, como líder…¡hasta para salir con él! Me gusta como incluye, como me respeta como ciudadano, pero creo que lo que más me gusta es que lo puedo cambiar si no me gusta como hace su presidencia. A mi me gustan los sistemas, ¡no los hombres que manejan el sistema a su antojo!
-¡No lo había visto así! –me dice.
-La libertad está en no llevar un color de partido político, sino una mejor condición como ser humano.
-¡Exacto! ¡Esta es una derecha humanista!
-¡Qué se yo! Ni idea. Quiero paz, progreso, respeto, libertad, ponle el nombre que quieras, derecha, pa´lante, pero que sea buena!
No quiero un presidente que tomé todos los espacios de la sociedad y los invada y de paso, me insulte. No quiero más demagogia que no me lleva a nada. Esto no está mal ahora, esto lo sembró el expresidente, este es su legado. Ofender al que se le opone. Gritar. Ser escatológico cada día. Tengo padeciendo esto muchos años. Ya basta.
-Tienes razón –me dice- Me quedo frío con las cosas que comentas. Yo sabía algunas, pero esto es ver como le escupen al pueblo a las espaldas, a veces hasta de frente y hay quienes no se dan cuenta…
Así es. Ha sido duro pero aquí vamos, más alegres y confiados en los demócratas que sí tenemos, que ¡comparsa de San Benito!
Estoy segura que esta es la historia de muchos venezolanos los últimos catorce años. Mañana, cuando comiences tu nuevo trabajo, agradece el tenerlo y además trabaja con la convicción de que es tu empresa y crece. Crece por tí mismo. No esperes nada. Dalo todo.
-Lo haré. lo haré.
Así fue mi encuentro con mi amigo de Twitter, del fútbol, de los Rojos del Ávila. Nos comimos un gran sándwich acompañado de esta conversa, que parecía que se nos iba a convertir en una eterna discusión entre dos personas que “se supone” que piensan  y viven diferente en un mismo país. La sorpresa, es que él quiere lo mismo que quiero yo.

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