Por
Maiskell Sánchez
Copyright © Maiskell Sánchez 2012
Lo
primero que veo es un cuello de donde brotan unas venas que gritan algo
ininteligible para mí. No es una coral, pero ese coro de voces suena
perfecto. Hay una banda de música, que arranca con un sonido de
tambor suave para recibir al equipo en la cancha y una frase pegajosa y alegre que
anuncia que ya viene algo bueno: Ro, dale dale ro, dale ro, dale ro, dale dale
ro. Esta frase, va acompañada de un movimiento particular de la mano
derecha que baila de atrás hacía adelante en una coreografía perfecta de
bienvenida.
Miro
hacía mi izquierda y estoy cerquita de la llamada barra brava del
Caracas. Hay una amalgama de colores, personas y alegrías. Predomina el blanco,
el rojo y el negro en todo el estadio. Nadie tiene un uniforme pero en todos está la representación de los colores del equipo. Las
muchachas se combinan la vestimenta, desde los lentes hasta los
zapatos y la mayoría lucen maquilladas y arregladas como si
de un concierto se tratara. Los hombres no escapan a esta regla no escrita de
estar combinado con el equipo, y con osadía y agrado exhiben los tatuajes que se han hecho, para demostrar que a su equipo lo llevan
literalmente en la piel.
Aparecen
las pancartas y vamos leyendo de donde proceden los fanáticos: Caricuao, 23 de Enero, Los Teques, El
Hatillo, Demonios del Centro, Caucagua, Demonios Rojos, y veo un montón de
muchachos que se suben a la cerca que bordea la cancha y ponen las pancartas
que alientan al equipo a saberse acompañados por su fanaticada.
¡La
alegría se vuelve contagiosa aunque nunca hayas ido a un juego de fútbol!
Hay
un espacio en las gradas de la barra brava que está cubierta por
sombrillas rojas y blancas, que le da una vistosidad cinematográfica al
evento. Están dispuestas en perfecto orden y se hacen acompañar a
los lados por las banderas blancas, rojas, negras y de Venezuela, que
ondean bajo el compás del canto de bienvenida.
El
ambiente se pone festivo cuando los jugadores del Caracas entran a saludar a las barras. Una lluvia de
cintas blancas caen como serpentinas de la piñata con más gente
a la que he ido en mi vida. Se oyen los cañonazos de los "tumba ranchos" que
anuncian con alegría que el juego ¡ya
va a comenzar!
La
canción del Dale Ro, toma un ritmo más rápido y el estallido hace que sientas que
Venezuela es el mejor país del mundo.
El
repertorio de canciones se dejan sentir. Esto tiene un orden perfecto que por
supuesto no me sé para nada, pero me llega el ritmo y el tempo de ese
espectáculo y entiendo que estoy en presencia del nacimiento de un nuevo
sentimiento.
“… como no te voy a querer,
si eres el rojo de mis amores, si eres el mejor de los mejores, por eso siempre te vengo a ver…”
Comienzan
los fanáticos a brincar con la sonrisa pegada al rostro dando todo lo que sale de su garganta para que
sus jugadores sepan que no están solos y que nadie puede meterse con ellos.
“… Como no te voy a adorar,
si por las noches contigo sueño, si
de este campo me siento dueño, me hace feliz, verte ganar, yyyyyy matar al
(dicen el nombre del equipo rival)…”
Nadie
que pertenezca a la barra del Caracas canta el himno nacional, es la única vez
que puedo escuchar algo que suene por los parlantes, hasta el momento cuando
dice:
y se oye ese enorme grito a Caracas que con la caída del atardecer y esa luz hermosa que entra en el Estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela, parece que se pusieron de acuerdo para iluminar la alegría que se siente.
“…seguid el ejemplo que Caracas dio…”
y se oye ese enorme grito a Caracas que con la caída del atardecer y esa luz hermosa que entra en el Estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela, parece que se pusieron de acuerdo para iluminar la alegría que se siente.
Las
canciones de la barra, me sorprende por dos cosas particulares; son versiones de
canciones de Dimensión Latina, Papashanty, Un Solo Pueblo, entre otros
cantantes o grupos, que los fanáticos han ajustado a sus deseos como está de “Noche de
fantasía” que en la versión futbolera del rojo dice:
“…Hoy he vuelto a la cancha,
después de tanto tiempo
con nuestros jugadores, para meterle el pecho
y esta es tu barra, la que
grita, la que canta, la que toma
birra y fuma marihuana en todas partes soy borracho y atorrante y esta barra
roja si tiene aguante
Vamos, vamos Caracas, regálame
una estrella aunque ganes o pierdas yo a ti te sigo igual…”
Lo otro que llama mi atención es
la cantidad de malas palabras que cantan grandes y pequeños, como esta que
expresa:
“Me dicen el matador, yo soy
el rojo… a todos los Tachirenses* yo
me los cojo…”
La
mala palabra me sorprende, no lo niego, pero lo que más me sorprende es
reconocer que dentro del ambiente del estadio suena sin estridencia.
Hay
mucho que aprender de la pasión de “Los Rojos del Ávila”, desde las canciones
hasta el tomarse una cerveza bien fría y brindar aunque vaya perdiendo el
equipo.
Esa
tarde del 18 de diciembre, el Caracas Fútbol Club, me hizo bailar, aunque mis
ojos estaban llenos de lágrimas por la partida de una amiga, y mis sobrinas en
ánimo de no dejarme sola, me llevaron al estadio, para que entendiera que la
alegría y la vida siguen, y que la vida es un juego que hay que vivirlo con la
pasión de un fanático.
Caracas,
Nov. 2012
1 comentario:
Gracias, hace unas semanas salí de un partido de Beisbol y entré al de futbol y vivé la experiencia, la colocaste muy bien en palabras!
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