domingo, 11 de septiembre de 2011

11 de Septiembre de 2001: Una bandera.

 
Los Ángeles, California. 6 y algo a.m.
- Maiskell, levántate, han atacado las torres del World Trade Center en New York.
- ¿Quién habla? ¿De qué habla?
- Es D. Un avión se estrelló en las torres gemelas. Aquí son casi las nueve de la mañana. Estén tranquilas, pero mosca. Estoy pendiente de ustedes. Avísale a C.
No entiendo nada. Agarro el control que está sobre la mesa, prendo la televisión y aparecen las primeras imágenes de la punta de la torre que está en llamas.
Por loco que parezca, la imagen que tengo en mi memoria, es que en un mismo cuadro se veía gente corriendo, ambulancias, la torre en llamas, acompañado de ruidos de sirenas, gritos, el locutor de voz nasal que intenta explicar que un avión de American Airlines se acaba de estrellar contra la Torre Norte del WTC. La confusión está en mi mente y en la pantalla del televisor. 
Un accidente. Falta de combustible. Poco tiempo para aterrizar. Nadie sabe nada. 


Salto del mueble a tocarle la puerta a C. La despierto y le cuanto. Nos quedamos viendo la tele. Pocos minutos pasan cuando un segundo avión se estrella en la otra torre y lo vemos directo en las pantallas del televisor. ¿Será de verdad? ¿Eso está pasando en este momento? ¡No podía creerlo! 
D llama de nuevo desde Venezuela y nos informa del atentado terrorista. No salgan. Quédense tranquilas en casa.
Se caen las torres. Estados Unidos está en alerta total. Hablo con mi familia. Están preocupados. Les digo que no se preocupen que estoy lejos del suceso. Es verdad, pero miento. No estoy tranquila. Estoy dentro de su territorio y el alerta está en todo el país. Nadie puede salir. Nadie sabe si puede salir o entrar del país. El Terrorismo dejó de ser una palabra en ese instante.

No estoy tranquila. Estoy triste. Tristísima. Es como si algo me ha pasado a mi. Es que de hecho, me ha pasado a mi. Siento la tristeza de la ciudad. Veo las banderas. Las de color y las negras. El recordatorio que algo funesto ha pasado. Los periódicos publican la bandera a tamaño gigante para que los ciudadanos puedan usarla.
Estoy segura de que por esos días, muchos se arroparon con una cobija que tiene el dibujo de la bandera.
Algo se pierde. Incluso para una extranjera como yo, la palabra confianza estaba rota.
Un edificio en Manhattan Beach pone una bandera gigante. Por la acera, justo al frente, pasa un muchacho en bermudas y sin camisa, con unas banderitas que ondean desde sus patines rollerblade.

Ese pedazo de tela de trece rayas horizontales, rojas y blancas, y un cuadrito a la izquierda con cincuenta estrellas, no solo simboliza sus trece colonias que lograron independizarse del Reino Unido y las cincuenta estrellas del cuadro azul, sus estados; sino fue el símbolo de esperanza de toda una nación; el hombro, la compañía, el futuro y la fortaleza de un país que había sufrido su mayor ataque terrorista.

Seis días más tarde, un avión de American Airlines me trae de vuelta a Venezuela. 
¿Miedo? No. 
¿Incertidumbre? Toda.
Nadie puede llevarme al terminal. Mi amiga Róndine me deja en un punto de control. Un autobús lleva a los pasajeros desde uno de los puntos establecidos en las afueras del aeropuerto, hasta el terminal. Nadie más puede pasar. Solo pasajeros con boletos que salgan dos horas después.
Control de inmigración. No llevo nada que pueda ser un problema. Nada, excepto que mi cámara Mamiya tiene una cuchilla y la llevaba en el bolso de mano. Rezo. Espero que no me manden a desarmar la cámara. No saben de eso. Paso.
El avión estaba casi vacío. Una viejita se sienta a mi lado. Tenía miedo, un rosario y una pequeña bandera en la mano. Le digo que no se preocupe. Que mientras ella rece, Dios nos cuida.
Me dormí. Llegué a Dallas. Cambio de avión. Otro despegue. Nuevos rostros. Nadie cruza palabras. Tener rasgos árabes, es peor que tener la Peste. Nadie se habla. Nadie se mira. Todos miramos.

Llego a mi país. Veo las imágenes. Lloro por quienes murieron. Me estremezco por quienes quedaron.

Traigo en mi maleta, la bandera de los Estados Unidos en papel. Aquella que publicaron en los periódicos, aquella que con orgullo cada persona Americana o no, la pegó en su carro, en su puerta, en su ventana.

Queda el recuerdo. Es mucho lo que se perdió ese día. Es mucho.

2 comentarios:

Beaneyvi Mariana dijo...

Si, fue mucho lo que se perdió ese día... No solo para quienes lo vivieron estando cerquita, sino para quienes lo vimos con mucha preocupación y miedo desde aquí. Uno de los días más tristes. Aún recuerdo las imágenes de los aviones, de la gente, el desplome de las torres... 10 años han pasado. Pero es que en estas cosas, el tiempo no significa nada, no existe cuando lo mides con el corazón y la mente, y no con las agujas de un reloj y el calendario. Mucho ha pasado, pero aún se siente como si los atentados hubieran sido ayer. Paz a los caídos de ese funesto día! Y esperemos que no se siga usando el recuerdo de esas almas y de lo ocurrido para fomentar aún más la violencia, el odio y desconfianza que existe, no solo en el pueblo Norteamericano, sino en el mundo!. 11.09.2001, el día que TODOS perdimos la fe en la bondad y la compasión humana!

Beaneyvi Mariana dijo...

Si, fue mucho lo que se perdió ese día... No solo para quienes lo vivieron estando cerquita, sino para quienes lo vimos con mucha preocupación y miedo desde aquí. Uno de los días más tristes. Aún recuerdo las imágenes de los aviones, de la gente, el desplome de las torres... 10 años han pasado. Pero es que en estas cosas, el tiempo no significa nada, no existe cuando lo mides con el corazón y la mente, y no con las agujas de un reloj y el calendario. Mucho ha pasado, pero aún se siente como si los atentados hubieran sido ayer. Paz a los caídos de ese funesto día! Y esperemos que no se siga usando el recuerdo de esas almas y de lo ocurrido para fomentar aún más la violencia, el odio y desconfianza que existe, no solo en el pueblo Norteamericano, sino en el mundo!. 11.09.2001, el día que TODOS perdimos la fe en la bondad y la compasión humana!