@maiskell
-Entonces, eras chavista,
-le pregunté sin poner un filtro a mi lengua.
-Por diez años. Hasta enero
de este año.
-¿En serio? ¿Por qué?
-Sí, creí en lo social, en
la posibilidad de poder hacer lo que debo para tener una vida más justa, pero
me dí cuenta que esto no iba a ninguna parte porque hay muchas mentiras…
-¿Cómo te diste cuenta?
-Un día fui a hacer un
curso, en la sede del PSUV, donde creía que iba a conseguir respuestas, sin
creer más en lo que se decía por la televisión o la radio, sin escuchar a los
“voceros” de la revolución, porque había algo que no me cuadraba…
(No recuerdo el nombre que
me dijo de las reuniones, es tan complicado como decir camarada, estrategia
revolucionaria, infiltrados, doctrina, misión, proceso, patria, socialismo y…
¡ni de vaina!)
-¿Cómo se busca una voz
independiente en el Psuv, donde todos dependen de una ideología?
-Bueno coño, ¡déjame echarte
el cuento!
-Ok. Ok. Pero es que
independencia y Psuv no me pegan…
-Exacto, eso fue lo que viví,
cuando pregunté tantos porqués, quedé igual sin respuestas o peor, porque
cuanto más preguntaba, más me miraban como si tuviera peste.
¿Cuál es la realidad para
ti? –me pregunta.
La realidad para mí es que
Chavez se ganó la voluntad de un pueblo para que pegaran afiches por él. No le
dio independencia a la gente. No sé si has viajado por el país, pero cada diez
metros, hay un afiche de lo buena que es la revolución… miles de vallas, de
hecho, y tengo para mí que nadie pone una valla por mi trabajo.
Un presidente es un
administrador de los recursos de un estado, en consonancia con las necesidades
del mismo, no un hablador de pendejadas.
¿Sabes cuánto cuesta una
valla mensual? Digamos que una pequeña cuesta cuatro mil bolívares, si hacemos
un cálculo por ciento cuarenta y dos vallas con propaganda del presidente, que
conté a finales del año pasado entre Caracas y Valencia, es un poco más de quinientos mil
bolívares o de quinientos millones de los de antes, para decirlo sin el bolívar
fuerte que se volvió débil, para que sientas la cantidad de dinero que se gasta
en decir que algo es bueno sin que realmente lo sea.
-¿Quéééé?
Sí, y en ese mismo viaje, ví
una urbanización que no recuerdo exacto el nombre, pero era algo así como
Rosinés, o la morrocoya, o maisanta, no importa, que estaba bordeada por un
gran muro rojo y una valla gigante que decía algo así como: “Gracias por
dignificarnos presidente” palabras más, palabras menos… tengo para mí que lo
que hizo fue excluirlos completamente, los señaló como los que nada tienen, no
los sumó a la sociedad, los hizo más indignos porque los cercó con un muro
rojo. Es lo mismo en cada edificio de misión vivienda, los señalan con una
valla de la revolución, o de Bolívar, o de cualquier cosa que sirva de
propaganda política, es como si les pusieran una flecha de cuidado, peligro,
estos son los que nada tienen y nada tendrán, viven de la “caridad” del
gobierno. ¿Qué es eso? ¡No los respetan!
-¡Nunca había pensado en
eso! -exclama.
-Imagino que no. Mi mamá
tiene un dicho buenísimo, o dos, el primero dice: “lo que haga tu mano
izquierda, que no se entere la derecha” y el otro, es que si das algo, nunca
preguntes o puntualices en qué o cómo debe gastarlo o usarlo el otro, lo das y
ya.
He visto que la lona de esas
vallas sirven como la lona que usan los camiones de carga, o como pared en los
refugios o invasiones “socialistas” ¡vaya uso!
-Pero, ¿no crees tu que los
empresarios son como aprovechadores? –me dice.
-Muchos lo son pero no
todos. Recuerdo una frase del gobierno de Luis Herrera que decía que este era
el país de los empresarios ricos con empresas quebradas, pero la realidad de
hoy, donde los empleados “socialistas” (se me revuelve el ánimo con estas
descripciones) tienen sindicatos y han quebrado empresas, porque se “merecen” la
justicia, eso se me hace muy cuesta arriba.
Te cuento algo, un
empresario al que quiebran, y lo han hecho, siempre podrá montar su empresa
otra vez, su empresa está en su mente, mientras que un sindicalista no, muy
difícil que lo haga, no sabe como hacerlo.
Dicen luchar por lo justo,
reclaman más dinero, quieren el mayor beneficio dando muy poco, no corren el
riesgo igual que el empresario, no hay manera de que la prosperidad llegue a
esas personas, siempre van a querer “luchar” contra un “opresor”.
Me pregunto, ¿por qué no luchan por sí mismos? ¿Por qué tienen que luchar en el terreno que otro sembró? Que vayan a montar una empresa, que paguen impuestos, que paguen alquiler, que paguen sueldos y beneficios, a ver si de esa forma aprenden algo. No he conocido a nadie, que sea próspero, que trabaje horario de oficina y peleando contra quien los contrata.
Me pregunto, ¿por qué no luchan por sí mismos? ¿Por qué tienen que luchar en el terreno que otro sembró? Que vayan a montar una empresa, que paguen impuestos, que paguen alquiler, que paguen sueldos y beneficios, a ver si de esa forma aprenden algo. No he conocido a nadie, que sea próspero, que trabaje horario de oficina y peleando contra quien los contrata.
-Entonces, la tesis de que
el venezolano es flojo, es cierta -me dice.
-No. El Venezolano es
cómodo, no flojo. Esta ciudad está despierta a las cuatro de la mañana, con la
gente que se va a trabajar muy temprano. La cosa es que gasta más de lo que
gana. Tienen dos familias o “frentes”, cinco hijos y le encanta un bochinche.
-Para tí, entonces, ¿la patria
es independencia? -me pregunta.
Sí, fíjate. Caceroleo y
marcho, pero la patria queda en mi casa. En lo que aporto a mi familia, en el
buen trato, en hacer las cosas bien. La patria queda en el semáforo que no me
como, en el papel que no tiro al piso, en los buenos días. Si cada uno de nosotros hace
esto, hay patria para rato.
-Los valores… -suspira.
-Sí, los valores, el
respeto, la honestidad, la responsabilidad. Pareciera que hoy, hay solo derechos
y no se habla de los deberes.
-¿Has sufrido por todo este
desempeño político de la revolución? –me interpela.
-¿Sufrir? No. He perdido. He
perdido amigos que se van. Trabajos. Proyectos. Horas de sueño. Tranquilidad.
Libertad. Oportunidades de crecer, pero ¿sufrir? No. Padezco las consecuencias
de este proceso que me quiere obligar a ser más dependiente, que me quita y no
me da, que es más del pasado que del futuro que pensé que podía tener.
-Fui a la marcha de
Capriles. -me dice.
-¿Qué sentiste? –le
pregunto.
-Sentí que me hablaba un
líder el día del lanzamiento de su candidatura. Sentí que alguien decía la
verdad y resumía lo que yo estaba sintiendo hace rato. Es coherente. Dice cosas
que tenía rato viendo mal en el oficialismo. Y se atrevió a decirlo. Creo que
fue lo que más me impactó.
-A mi me gusta Capriles –le
digo- como presidente, como líder…¡hasta para salir con él! Me gusta como
incluye, como me respeta como ciudadano, pero creo que lo que más me gusta es
que lo puedo cambiar si no me gusta como hace su presidencia. A mi me gustan
los sistemas, ¡no los hombres que manejan el sistema a su antojo!
-¡No lo había visto así! –me
dice.
-La libertad está en no
llevar un color de partido político, sino una mejor condición como ser humano.
-¡Exacto! ¡Esta es una
derecha humanista!
-¡Qué se yo! Ni idea. Quiero
paz, progreso, respeto, libertad, ponle el nombre que quieras, derecha,
pa´lante, pero que sea buena!
No quiero un presidente que
tomé todos los espacios de la sociedad y los invada y de paso, me insulte. No
quiero más demagogia que no me lleva a nada. Esto no está mal ahora, esto lo
sembró el expresidente, este es su legado. Ofender al que se le opone. Gritar.
Ser escatológico cada día. Tengo padeciendo esto muchos años. Ya basta.
-Tienes razón –me dice- Me
quedo frío con las cosas que comentas. Yo sabía algunas, pero esto es ver como
le escupen al pueblo a las espaldas, a veces hasta de frente y hay quienes no
se dan cuenta…
Así es. Ha sido duro pero
aquí vamos, más alegres y confiados en los demócratas que sí tenemos, que ¡comparsa
de San Benito!
Estoy segura que esta es la
historia de muchos venezolanos los últimos catorce años. Mañana, cuando
comiences tu nuevo trabajo, agradece el tenerlo y además trabaja con la
convicción de que es tu empresa y crece. Crece por tí mismo. No esperes nada.
Dalo todo.
-Lo haré. lo haré.
Así fue mi encuentro con mi
amigo de Twitter, del fútbol, de los Rojos del Ávila. Nos comimos un gran
sándwich acompañado de esta conversa, que parecía que se nos iba a convertir en una
eterna discusión entre dos personas que “se supone” que piensan y viven diferente en un mismo país. La
sorpresa, es que él quiere lo mismo que quiero yo.