viernes, 16 de junio de 2017

Piedra Papel o Tijera






Un perro ladra. Estoy tan concentrada viendo la película que creo que es fuera de mi casa. Bajo el volumen solo para darme cuenta de que está dentro de la película y no puedo dejar de pensar que nuestra ciudad tiene su propia banda sonora de perros y pájaros.
El este es lo mismo que el sur dice una canción. Pienso que la letra pone a todo el mundo en un lugar parecido. Dos realidades, tres o más, lo cierto es que llego a la esquina donde se doblan las palabras, esas que cruzan el callejón para mostrarnos la honradez, el abuso, lo incorrecto, la inocencia, la traición. Todas viven en un mismo plano. No hay estatus en eso.
La cadena alimenticia parece una galería de comportamiento, una descripción de muchas biografías; los hay depredadores, carroñeros, herbívoros y productores. Me gustan las palabras que consigo, es como un tapiz que puedo tejer a medida que pasan los minutos.
Se enreda la historia. Se enreda y se aclara, porque la enfermedad es la cura, y el mal aparece cerquita del bien. No hay que tomar un autobús de doce horas para encontrarse una con otra, incluso en la misma parada, una persona decente puede actuar como Atila el Huno.
La cámara se mueve por la historia como una pareja que baila a la perfección una pieza de Piazzolla. Sube, baja, se desenvuelve y vuela por los aires con un lenguaje propio, una conversación más del diálogo de los actores.
Desde una pantalla de un televisor, escucho una entrevista donde habla el venezolano “chévere”, ese que dice que somos la misma gente pero que en el fondo piensa que uno es mejor que otro. Escucho con atención pero con las piernas recogidas en el mueble y la cara de medio lado para no ver lo que ya sé: tengo para mí que chévere no significa nada.
Quiero que no se acabe, y quiero que termine a la vez. Quiero saber donde me lleva la historia, qué va a pasar con las miserias de los personajes. Quiero que no llegue a los diarios de las páginas rojas. Quiero la oportunidad de un final feliz por mis propios miedos.
¿Qué cosa será la felicidad? preguntó una vez Platón luego de haber bebido más que todo el mundo, haber comido más que todo el mundo y haber bailado más que todo el mundo en una fiesta a la cual fue invitado. A las cinco de la mañana se fue a la fuente, se bañó, se sacudió el trasnocho, y se fue al ágora a pensar qué cosa era la felicidad porque él nunca había visto eso.
Viene el final. Me preparó. Miro los pedazos que quedan en el piso. Nadie los recoge, solo uno -como espectador- los junta. ¿Se pudo evitar? ¿Faltará más? Termina. Y uno queda como en medio de una calle larga con las manos al aire preguntándose cómo se llama este lugar. Termina, y es ahí cuando comienza la verdadera respuesta. Y es allí, en esa pantalla, en esa historia, donde me encuentro de frente con una frase que encierra nuestra tragedia como país.
"El desamor, la apatía, la mentira, la incomunicación, la violencia y la corrupción son las bases fundamentales de una sociedad enferma. Para que un pueblo sea verdaderamente grande, debe ocuparse de hacerlas desaparecer lo antes posible... del corazón y la mente de cada uno" 

¡Gracias, Hernán! Tu película fue un regalo de principio a fin.

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