Foto tomada de Google |
Dios
te bendiga viene acompañado de un pan caliente recién horneado. Es un pan con
sabor a cariño. Es el recibimiento acostumbrado de mi tío Rey, en su Maracaibo
amado.
Mi
tío aprendió el arte de la panadería de la mano de un señor que le dijo que él
podía hacerlo. Lo convirtió en su quehacer. Nada define más al hombre que
aquello que hace, y para mí, tener a mi tío Rey, es asegurarme el mejor pan del
mundo cada vez que voy a Maracaibo.
Hace poco más de dos años, mi tío sufrió de una amputación en los dedos de sus
pies por un problema de azúcar o diabetes. Fue alarma generalizada en la
familia. Para mí, fue una imagen que me causó dolor. No puedo imaginar la escena
de ver cortar parte del cuerpo para buscar una cura. No lo entiendo mucho.
Mi
tío perdió los dedos de un pie, la paciencia y el trabajo. No podía moverse sin
sufrir terribles dolores. En su voz se escuchaba esa nota de melancolía y rabia,
contra ese otro que es uno mismo: no hice la dieta, no sé hacer dieta, qué puedo
comer, cuánto como, qué debo hacer.
Pasó
un rato antes de entender que la mejor parte de su personalidad saldría
adelante justo cuando le había pasado lo peor.
Su
talento iba a ser su motor. Su apoyo estaba más allá de su pie.
Compró
maquinas y decidió, junto a sus hijos -su esposa murió hace muchos años de un
cáncer- que iban a hacer pan desde la casa. Pidió créditos. Se apoyó en su
familia.
Fue
increíble saber como cada día, su casa se llenaba de gente que venía a buscar el
pan de mi tío Rey. Se hizo tan popular que llegaban camionetas de panaderías o
restaurantes a buscar su maravilloso pan.
El
negocio creció en medio de muchas idas a hospitales. Su azúcar seguía en alza y
su salud se minaba. Sin embargo, le enseñaba a sus hijos el arte de hacer pan.
La
semana del 15 de septiembre, reunió a sus hijos, les dijo que ya todos los
créditos estaban pagados, que ya las máquinas les pertenecían en su totalidad.
La deuda estaba saldada. Les pidió que trabajaran juntos en el negocio, que no
le trabajaran a nadie más que a ellos mismos, ya que finalmente él pudo hacer
el negocio familiar.
También les pidió, que lo llevaran al hospital porque se sentía muy mal.
También les pidió, que lo llevaran al hospital porque se sentía muy mal.
Mi
tío Rey, falleció el 26 de septiembre. Murió de cáncer linfático. No de azúcar,
sino de cáncer. No sabemos la relación de una enfermedad con otra, al menos, yo
no.
No
pude despedirme, ni acompañarle. Esta es mi manera de hacerlo, pero realmente es para reconocerle esta historia, este cierre y esta enseñanza.
Gracias tío, mi
cariño y mi agradecimiento por cada bendición y por cada pan que me diste con tanto
cariño.