domingo, 20 de octubre de 2013

La historia de un Rey


Foto tomada de Google
Dios te bendiga viene acompañado de un pan caliente recién horneado. Es un pan con sabor a cariño. Es el recibimiento acostumbrado de mi tío Rey, en su Maracaibo amado.
Mi tío aprendió el arte de la panadería de la mano de un señor que le dijo que él podía hacerlo. Lo convirtió en su quehacer. Nada define más al hombre que aquello que hace, y para mí, tener a mi tío Rey, es asegurarme el mejor pan del mundo cada vez que voy a Maracaibo.
Hace poco más de dos años, mi tío sufrió de una amputación en los dedos de sus pies por un problema de azúcar o diabetes. Fue alarma generalizada en la familia. Para mí, fue una imagen que me causó dolor. No puedo imaginar la escena de ver cortar parte del cuerpo para buscar una cura. No lo entiendo mucho.
Mi tío perdió los dedos de un pie, la paciencia y el trabajo. No podía moverse sin sufrir terribles dolores. En su voz se escuchaba esa nota de melancolía y rabia, contra ese otro que es uno mismo: no hice la dieta, no sé hacer dieta, qué puedo comer, cuánto como, qué debo hacer.
Pasó un rato antes de entender que la mejor parte de su personalidad saldría adelante justo cuando le había pasado lo peor.
Su talento iba a ser su motor. Su apoyo estaba más allá de su pie.
Compró maquinas y decidió, junto a sus hijos -su esposa murió hace muchos años de un cáncer- que iban a hacer pan desde la casa. Pidió créditos. Se apoyó en su familia.
Fue increíble saber como cada día, su casa se llenaba de gente que venía a buscar el pan de mi tío Rey. Se hizo tan popular que llegaban camionetas de panaderías o restaurantes a buscar su maravilloso pan.
El negocio creció en medio de muchas idas a hospitales. Su azúcar seguía en alza y su salud se minaba. Sin embargo, le enseñaba a sus hijos el arte de hacer pan.
La semana del 15 de septiembre, reunió a sus hijos, les dijo que ya todos los créditos estaban pagados, que ya las máquinas les pertenecían en su totalidad. La deuda estaba saldada. Les pidió que trabajaran juntos en el negocio, que no le trabajaran a nadie más que a ellos mismos, ya que finalmente él pudo hacer el negocio familiar. 
También les pidió, que lo llevaran al hospital porque se sentía muy mal.
Mi tío Rey, falleció el 26 de septiembre. Murió de cáncer linfático. No de azúcar, sino de cáncer. No sabemos la relación de una enfermedad con otra, al menos, yo no.
No pude despedirme, ni acompañarle. Esta es mi manera de hacerlo, pero realmente es para reconocerle esta historia, este cierre y esta enseñanza. 

Gracias tío, mi cariño y mi agradecimiento por cada bendición y por cada pan que me diste con tanto cariño.