viernes, 1 de marzo de 2013

Un gato, el hermano y la jalea de mango


Por Maiskell Sánchez
@maiskell
Copyright © Maiskell Sánchez 2013
 
El gato está en la oficina. La gente se mueve de un lado a otro para verlo, y en menos de cinco minutos, la oficina queda vacía como si un vendaval pasó por aquí. Todavía tengo dos llamadas por hacer y un ajuste en la presentación. Me doy cuenta de que pasa media hora y me voy a buscarlos. El gato es Andrés Galarraga, ese hombre grandote y de mirada dulce que ha dejado el nombre de Venezuela bien alto en más de una ocasión. 

Primera vez que lo veo y no puedo evitar recordar que en 1997 vi imágenes, mejor dicho, gigantografías de Andrés, en la ciudad de Denver y en las afueras del Coors Field cuando jugaba con los Rockies de Colorado. Fue impresionante ver esos tremendos carteles, me sentí muy orgullosa, como si lo conociera.
Por fin voy a conocerlo. Camino hasta la sala de reuniones y está abarrotada de gente que habla de juegos, equipos, jugadas, momentos del béisbol que ha vivido Andrés, todos con una sonrisa en la cara. Las mujeres presentes en la sala me dicen en susurros: -¿verdad que es bello?- no puedo más que sonreír. Hombres y mujeres posan con El Gran Gato, para llevarse una foto de recuerdo . Pasan unos minutos y nada que la gente se va. Me presento. Nadie escucha. Me siento al lado de un señor que no conozco, le saludo, estiro la mano y digo: “mucho gusto, la gata Galarraga”. El señor se ríe de buena gana y me contesta: “mucho gusto, Luis Alfonso Galarraga” La cara se me puso roja, pero me hice la loca y decidí que era mejor reírme. 
14 de Julio. Día de la toma de la Bastilla. Día de las fotos con El Gran Gato. Andrés es paciente. Un brazo de Andrés es del tamaño de mis piernas juntas. Trato de ajustarme a la foto mientras él hace un swing lentamente. Me monto en unas petaninas o apple box, que son unas cajitas de madera que se usan para alcanzar altura. Andrés es grande. Juan y Luis Alfonso conversan al fondo del estudio. Me doy cuenta de que afuera todos están agolpados detrás de la puerta, tratan de ver o quieren estar cerca del “ídolo”. Hay una ventanita pequeña llena de muchos ojos que quieren ver la sesión. Cambio de vestuario. Se escucha el silbido típico que identifica el piropo o el gusto. Termino la sesión, las puertas se abren y entra un gentío a tomarse fotos con Andrés. Hablo con Juan y Luis Alfonso, miramos las fotos. Todos contentos. 
Luis Alfonso, es el hermano de Andrés. Siempre sonríe. Me dice: “Le conté a Andrés lo de la Gata Galarraga”- miro donde está Andrés y ambos ríen, tal vez de la picardía o de mi cara de ponchada. No importa. Igual me lo disfruto.

Mientras todos hablan con Andrés, converso con Luis Alfonso. Le digo que ver a Andrés a través del lente, fue tener el privilegio de ver tanta vida y tanta historia pero sobre todo, una enorme sencillez para alguien que como él ha logrado muchas cosas. 
El mejor jugador. El orgullo de Venezuela. Había pasado por un cáncer. Todavía tengo la imagen de un montón de cartas que forraban un enorme jardín de gente que le había escrito para apoyarlo durante su enfermedad. No sé el nombre del fotógrafo pero admiro esa forma de narrar una historia completa en un solo click. 
Alfonso me cuenta que él también fue jugador de béisbol. Que fue el primero en tener amor por la pelota. Me habla de los juegos de chapita en Chapellin –zona de Caracas, donde nacieron los Galarraga- donde conserva aún gente querida y conocida. Tuvo que dejar la pelota por el trabajo para que Andrés pudiera hacer su carrera. Me quedo maravillada de su confesión. Nunca un ídolo llega solo a ninguna parte.
Me explica que tiene apellido italiano. -¿Galarraga?, digo yo- No, Padovani –me contesta. Pienso que me dice eso porque usé la palabra bello en italiano, arrastrando la e, de forma de romper el hielo en la sesión de fotos, cosa que nos dio risa a todos. Los Galarraga saben sonreír. Siempre sonríen y de forma plácida. Como esas risas verdaderas que contagian. 
Me gusta esa música que pusiste durante las fotos –me dice. Rubén Blades siempre es buena compañía –pienso. Además, a quien le miento, me encanta la salsa. El reto que me lanza es ir a bailar. Ya lo haremos. Algún día.  Días después, me invitó y fui. Era más conocido en ese local que el mismo Andrés y baila muy bien la salsa. Nos hicimos amigos, desde ir a comer, hasta ir al mismo gimnasio, pero el mejor regalo que me dio Luis Alfonso, fue un día de semana que me contó que fue a Capaya –un pueblo del oriente del país y donde existe la leyenda que ahí nació Simón Bolívar- ese fin de semana y trajo un montón de mangos. Me habló de la jalea de mango que hace Juanita, su mamá. Me trajo la primera. En agradecimiento, le envié a Juanita, una mata de Gloxinia que tiene flores de colores muy vivos. 
De ahí en adelante, Juanita recibió muchas Gloxinias. Yo, en cambio, me comí muchas jaleas de mango de sus maravillosas manos. Cuando Alfonso decía: “es temporada de mangos en Capaya” yo sabía que era temporada de Jalea. 
Luis Alfonso nos dejó en Mayo del 2008. Juanita, en el 2011.
Volví a ver a Andrés otra vez haciendo fotos. Esta vez, jugando Golf. Juega en serio. Gana campeonatos. Practica golf con mucha disciplina y lo hace espectacular.
Caminé con él, con Juan y con Salo, los dieciocho hoyos. Por supuesto, yo con ganas de jugar siempre, le digo a Andrés que Juan y Salo no me dejan, él sin pensarlo me da el palo y me dice, dale. No lo pensé. Tengo propensión a hacer el ridículo sin problemas. Recibí un tremendo halago de Andrés, quien me dijo, lo haces bien, tienes técnica. Fue un solo hoyo. Fue la gloria, como la Jalea de mango de Juanita.
 
Caracas, Marzo 2013.

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